lunes, 23 de julio de 2007

Tierna y dulce historia de amor [Ismael Serrano]


Empiezo a creer, con tristeza, que las historias del amor apasionado que lucha contra todo contratiempo solo forman parte de la literatura, el cine y la música. Quizás sea mi modo de vida el que forme parte de tales agentes y yo todavía no me he dado cuenta...
Hoy recupero este tema del gran Ismael Serrano.


Mi vida empezó aquel día en la inauguración de un polideportivo
a la que fui invitado en calidad de diputado
y como miembro del partido.
Cuando te vi pasar por la otra acera,
con tus recién cumplidos quince años,
salías de la escuela.
Y se hizo luz, se hizo silencio, y en un momento
todo paró y nació el amor.
Nació el amor.

Vestías el uniforme de la escuela:
el jersey verde, la falda de cuadros,
hasta las rodillas las medias.
Sobre los hombros una pesada cartera.
Quién fuera tu porteador, tu tutor,
tu institutriz o tu maestra.
Para estar cerca siempre de ti
y dedicarte mil atenciones,
mil atenciones.
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Me darán de lado, me quitarán mi escaño,
sólo porque te amo.
Estoy perdido, me echarán del partido,
no tiene sentido.
Y qué le voy a hacer, y qué dirá mi mujer
cuando sepa que te quiero.
El mundo entero querrá mi cabeza a sus pies.

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En los plenos del congreso no hacía otra cosa que pensar en ti,
y día a día iba a tu colegio
para verte salir.
Hasta que un día el amor rebosó en mi cuerpo
dulce, violento. Y así, corriendo,
fui hacia ti y te pregunté:
"Buena muchacha, te acompaño a casa".
No olvidaré cómo dijiste "Como quiera usted".
"Como quiera usted".

Poco a poco nuestra relación se fue formalizando,
hacíamos juntos los deberes
mientras íbamos a tu casa andando.
Hasta un día logré invitarle al cine a ver El Rey León.
Cuando las hienas acechaban al héroe
contra mi pecho mi pequeña se estrujó.
Y se hizo luz, se hizo silencio, y en un momento
todo paró y nació el amor.
Nació el amor.
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Pero como todas las historias de amor,
al menos las más bellas,
la nuestra por supuesto también
acabó en tragedia.
Y a su madre al enterarse le entró la histeria,
me denunció, y puso un matón
para seguir a su pequeña.
Y una gris tarde fui a buscarla y aquel matón,
por tres sitios, la cara me rompió.
La cara me rompió.

Pronto se hicieron eco de la noticia
los medios de comunicación,
y un moderno cantautor
me compuso una canción.
Durante una temporada El Mundo
me dedicaba sus portadas,
y para darle mayor gravedad
Pedro J. un editorial.
Y tertulianos en la radio y la tele comentaban
cómo la juventud se pierde.
Ay, ¡cómo se pierde!
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El comité disciplinario del partido,
movido por la envidia claramente,
inició una investigación interna
y me abrieron expediente.
Y tras un arduo y largo tormento me expulsaron a la vez
del partido, el comité,
y de mi casa mi buena mujer.
Y quedé sólo con los recuerdos de una pequeña
con uniforme de escuela,
con uniforme.
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Estoy seguro: a mí vendrás
cuando te dejen papá y mama.
Estaremos juntos, lo sé mi amor,
cuando seas mayor.
Me han dado de lado, me han quitado mi escaño.

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